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Falacia y espejismo de la seguridad democrática                  Descargar en (pdf)


lunes, 28 de junio de 2010

¿Seguridad? ¿Democrática? El gobierno de Álvaro Uribe gastó ocho años en derrotar a un enemigo que jamás reconoció que existía. Convertir ese discurso en una constante, pondría en peligro los mejores propósitos del nuevo gobierno.

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Historia del tiovivo autoritario

En Colombia la guerra no ha sido ocasional ni ha tenido partes estables ni posee límites espacio-temporales. Por el contrario, se ha convertido en una perversa forma de hacer política, degradando, inclusive, los preceptos clásicos del arte de la guerra. Registros confiables muestran que en el lapso de 150 años (1810-1960), el país vivió cada 4.7 años un episodio significativo de violencia política por asonada, levantamiento o guerras civiles. Fenómeno que se agrava si se tiene en cuenta que sólo durante la segunda mitad del siglo XIX dicho promedio fue de un episodio cada 1.5 años, habiendo terminado con la Guerra de los Mil Días que cobró la vida de aproximadamente el 4% de la población[1] [2] [3]. Los primeros 50 años del siglo XX quedaron marcados por múltiples asonadas guerrilleras de corte bipartidista. Luego se incrementó la violencia con el bandolerismo, también bipartidista, que desembocó en las guerrillas de la FARC y del ELN de los años 60's [4]. En los 80's surgió la "refundación de la patria" por la vía del narco-paramilitarismo de élite aupado por el Estado, que ha cobrado, hasta ahora, 35 mil víctimas denunciadas [5] [6]. Y comenzando el siglo XXI las mayorías celebran el arrinconamiento fronterizo de la insurgencia como gran éxito de la llamada "seguridad democrática". Quedamos así ad portas de seguir cavando nuestra endémica proclividad a hacer de la política el escenario ideal para la violencia.

Una estrategia errada

Las críticas a la "seguridad democrática" fueron variopintas en el reciente debate electoral. Petro, a fondo, le mostró al gobierno que ignorar la inequidad social como alimento de la guerra sólo le echaba más fuego a los fusiles. Mockus se distrajo en el impacto de las ejecuciones extra judiciales contra civiles inocentes, pero en el fondo fue partidario de reproducir la estrategia. Y los demás, con Santos a la cabeza, se sumaron al coro de alabanzas[7]. No se vio que en la campaña se tomara el toro por los cuernos desnudando las fallas estructurales del programa, comenzando por el carácter errático de su concepción estratégica.

Conviene indagar entonces varios puntos:

•Si la guerra en Colombia se puede limitar al episodio de la reducción relativa de la violencia que caracterizó al gobierno que termina.

•Si el gobierno identificó correctamente a las partes en conflicto.

•Si la violencia política colombiana se puede acotar entre un comienzo y un final definidos en el tiempo.

Y, sopesando lo anterior,

•Si la estrategia merece las alabanzas recibidas.

Los estudiosos coinciden en que el conflicto colombiano ha sido crónico, que ha tenido por contendientes a partes disfrazadas dentro del bipartidismo y que, además, es difícil de reducir a corto plazo. Ellos mismos inducen a dudar del diagnóstico blanco-negro que sirvió de base conceptual a la reacción militar de estos ocho años, entre otras cosas porque la tipología de esta violencia tiene características mixtas entre las guerras tradicionales inter estatales, o "viejas guerras", y las guerras de tipo intra estatales, civiles, internas, o "nuevas guerras", que habrían obligado a formular diagnósticos y estrategias más depurados que las tipificadas por la seguridad democrática [8] [9].

A estas deficiencias tendría que sumarse un examen alrededor de los siguientes yerros:

•Error de diagnóstico y enfoque.

•Disfraz del fenómeno paramilitar.

•Origen de graves efectos diplomáticos subregionales.

•Ignorancia de las cifras sobre la violencia política.

•Amenaza de un debilitamiento social irreparable, y

•Degradante efecto autoritario sobre lo político

¿Una Guerra "sin conflicto"?

El gobierno erró al afincarse en su prejuicio de que en Colombia no existía ni existe conflicto alguno. Comprometer desde su campaña una política de seguridad en pro de "una Colombia sin guerrillas ni paramilitares", habría caído en petición de principio militar por no haber reconocido a su contraparte, quedando impedido para acotar las circunstancias reales del conflicto [10]. Actuando de esa manera, el gobierno contradijo el énfasis que le dio a la desmovilización de los paramilitares, cuyo motor original desde los años 80 había sido precisamente defenderse de una escalada profunda y amplia de la insurgencia guerrillera. Desconocer la existencia de un conflicto ignoraba que hacía poco la insurgencia había reiterado en El Caguán su propósito de sustituir por medio de las armas este modelo de Estado [11]. Significaba también ignorar que en el ataque a esas dos facciones se encontraba altamente comprometido el aparato militar y policial del Estado, acusando al tiempo desmoralización y complicidad [12]. Y como si ello no bastara, ignoraba que en el andamiaje paramilitar estaba comprometido un enredado flujo de intereses políticos y empresariales locales, que buscaban, por un lado, aupar el desplazamiento forzado de poblaciones y, por el otro, consolidar la representatividad ilegítima de esos intereses por dentro del Poder Legislativo [13].

El gobierno de la seguridad democrática falló en materia grave al concentrar sus energías durante ocho años en derrotar a un enemigo que nunca reconoció. Además, no pudo planificar esa derrota de acuerdo con las circunstancias socio políticas exigidas por la tradición violenta colombiana, que hubiera tenido como condición desmontar la urdimbre narcoparamilitar y parapolítica regional. Hasta que, finalmente, se diluyó en golpes de mano de impacto mediático pero de baja envergadura táctica ó estratégica que, en absoluto, corresponden a la magnitud de los recursos económicos, humanos y políticos invertidos.

De democrática sólo el nombre

La Constitución define como deber fundamental de "... las autoridades de la República... proteger a todas las personas... en su vida, honra y bienes,... y demás derechos y libertades" [14]. Por ello todo planteamiento de seguridad ciudadana tenía y tiene, como supuesto, reconocer que aquella estaba efectivamente amenazada, lo que se hizo a medias, pero, además, que en su protección debía articularse un compromiso armónico de todas las autoridades de la República, no sólo del Poder Ejecutivo. Cierta concepción narcisista mesiánica del ejercicio del poder, que le hizo incurrir en errores de concepción política y militar, llevó al gobierno a cometer otro más, relacionado con el hecho de pensar que sólo la Casa de Nariño era capaz de romper un aparato de guerra que, democráticamente hablando, habría exigido el trabajo articulado entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Así, la estrategia democrática sólo tuvo el nombre, y terminó refundida en el manejo manipulador de las mayorías legislativas y en la creación de permanentes controversias y choques abiertos con el Poder Judicial, que pusieron en evidencia, para completar, su carácter autocrático. [15]

Política del mal vecino

El gobierno Uribe recibió una diplomacia relativamente saneada. En 2002, Hugo Chávez ya gobernaba en Venezuela y se le tenía por una contraparte visible. Por aquel entonces, alrededor del Plan Colombia manejábamos relaciones de buen nivel con el gobierno de Estados Unidos, y teníamos adecuadas relaciones con los países limítrofes y un alto nivel de influencia en el continente, dado que César Gaviria ejercía la Presidencia de la OEA. De ahí que en este terreno el balance no sea tampoco auspicioso. La seguridad democrática mostró que al arrinconar a las insurgencias aquende o allende las fronteras, el gobierno, de carambola, exportó el desangre hacia Venezuela, Ecuador, Panamá y Brasil, aupó enemistades con Nicaragua y abrió controversias inocuas con Estados Unidos. Su patología autocrática le hizo demeritar en sus vecinos la posibilidad de tenerlos como aliados o al menos como interlocutores informados, convirtiéndolos en enemigos por razón de la incursión ecuatoriana, o en vecinos maltratados, como sucedió con la malograda mediación chavista con las FARC, que enrareció la acción humanitaria de "Colombianos por la Paz".

Un planteamiento estratégico que mereciera las alabanzas que se le hacen, hubiera pre establecido los riesgos del arrinconamiento fronterizo y previsto su impacto ultra regional mediante el diseño de acciones conjuntas internacionales que impidieran, como sucedió y sucede, que las fronteras terminaran castigadas en lo comercial, calientes en lo militar y enredadas al máximo en lo diplomático. Con el agravante de que con Estados Unidos terminamos en el peor de los mundos posibles, co-administrando siete bases ubicadas en territorio colombiano, lo que hizo que un acuerdo potencialmente positivo, alborotara a nuestros vecinos, Brasil incluido.

"Cuando los hechos contradicen las creencias, tuerzo los hechos"

"Cuando los hechos contradicen las creencias, tuerzo los hechos". Este aforismo propio del mesianismo autoritario en boga, refleja que, a medida que asciende la fe en algún mesías, se desborda la disposición a razonar sobre la realidad social, y quienes buscan e inclusive construyen las cifras, las devalúan con el fin de que las creencias mesiánicas no sufran menoscabo. Ello explicaría por qué se difunden tan pocos datos sobre el problema de la violencia interna, o por qué, cuando se difunden, tiende a imponerse sobre ellos el autoritarismo estatal, insinuando que su verdad es sagrada, sin que importe que las cifras demuestren falencias protuberantes.

A este respecto, datos recién publicados por la Universidad Nacional muestran que ninguno de dos de los indicadores universalmente aceptados sobre violencia política (número de muertos y número de acciones bélicas), permite inferir que la seguridad democrática haya logrado cifras mejores que las registradas durante los años 90[16]. Considerando que se acepta como indicador válido que conflictos por encima de la línea de mil muertos anuales tipifican un estado de guerra o de conflicto armado mayor, Mauricio García prueba que entre 1990 y 2005, Colombia nunca bajó de ese nivel, pues registramos aproximadamente 1.200 muertos en 1990 y 1.000 en 2005. Y aunque bajamos de ese piso entre 2006 y 2008, en ese mismo período aparece una tendencia ascendente que nos acerca de nuevo al mínimo de los 90 [17]. En relación con el número de acciones bélicas, entre 1990 y 2008 nunca bajamos de un promedio anual de 200, como que se registraron 227 en 1990 y 255 en 2008. Ahora, lo que se atribuye con razón el gobierno de Álvaro Uribe, es que los altos indicadores del bienio 2001-2002, que llegaban a 4 mil muertos anuales y generaban entre 400 y 500 acciones bélicas, ciertamente disminuyeron pero sólo hasta ubicarlos, cabe insistir, en los niveles de los años 90. Con el atenuante de que ese éxito fue logrado en el momento en que Uribe diseñó esa estrategia bajo el precario supuesto de que en Colombia "no había conflicto"· Su autogol, por consiguiente, fue de antología.

El fin del fin (sic)

Lo anterior permite acotar el logro de la "seguridad democrática" pero, al tiempo, poner en su lugar la fraseología mesiánica que llevó al alto mando militar a proclamar "el fin del fin", o a reconocidos áulicos con cierto disfraz académico a perorar sobre el "comienzo del fin", ignorando ambos que según mediciones internacionales de los conflictos registrados durante el lapso de los años 70 a 90 del siglo pasado, el colombiano entre ellos, "... solamente el 7,5%... han terminado mediante la victoria militar de una de las partes"[18]. Simplemente porque lo que aquí llamamos "fin" no es sino el regreso a lo que ocurría en los años 90. Conviene precisar entonces que:

•El territorio afectado por el conflicto comprende todavía un número importante de municipios.

•El conflicto afecta a todo el territorio nacional. Y

•El conflicto se mueve de la mano del desplazamiento de los cultivos de coca, asunto que se encontraba en el engranaje del problema desde los años 90 y que tampoco fue resuelto por la seguridad democráticay

•Que no resiste el menor análisis conceptual la pretensión de que una "solución militar" favorezca a alguna de las partes involucradas en la guerra. [19]

¿Permanente? ¿Insustituible? ¿Indiscutible?

A pesar de su gravedad, lo anterior será sólo superficial si lo comparamos con las implicaciones socio políticas que puede traer consigo la posibilidad de conservar a ultranza esa estrategia. En palabras de Nietzsche, existe el riesgo de que el objetivo del Estado, como institución destinada a proteger a unos individuos de otros « ... si exagera en ese refinamiento es en aras de (concentrarse en proteger al) individuo debilitado... por lo que el objetivo originario del Estado queda radicalmente aniquilado »[20].

La paradoja resulta de la mayor utilidad aquí y ahora. Si la seguridad que brinda el Estado se convierte en eje programático permanente, como se proclama que debe hacerse en Colombia una vez terminada la contienda electoral, esa misma permanencia promete cultivar en los individuos una sensación de amenaza - debilidad - miedo que, en absoluto, podrá ser el pilar de un Estado sólido. De esta forma la seguridad por encima de todo y por todo (o Permanente, Insustituible e Indiscutible como se pregona), puede conducir al debilitamiento del sentido de autoestima y supervivencia de los ciudadanos, aumentando la debilidad patológica en el ánimo y en el funcionamiento de las instituciones.

Como si lo anterior no bastara, una política de seguridad a ultranza se convierte en amenaza para el desarrollo económico, pues está probado que la debilidad interactiva entre ciudadanos e instituciones eleva al máximo los costos de transacción y pone en riesgo la competitividad [21]. En este orden de ideas, estaríamos ad portas de salir de una contradicción para entrar en otra. De una que disminuyó relativamente el conflicto sin aceptar que existía, hacia otra que promete prosperidad, trabajo y desarrollo pero elevando los costos de transacción y castigando el desarrollo, por la vía de la seguridad a ultranza. Una sociedad como la colombiana, agotada por el esfuerzo de una guerra secular que, para peor, no registra victorias que ofrezcan alguna esperanza real de paz, va a seguir amenazada con la posibilidad de que el aseguramiento enfermizo propiciado por el Estado termine por llevarla al agotamiento extremo, eligiendo entre dos males el menor: o la auto destrucción o más autoritarismo.

Camino a la sima

Acabamos de probar electoralmente que los lazos de autoritarismo amarrados durante los años precedentes dejaron a Colombia lo suficientemente debilitada, amedrentada y sumisa como para favorecer al triunfador de la dupla Mockus - Santos. No de otra forma se explica la recepción electoral minoritaria que tuvieron las propuestas osadas de Petro, las alternativas políticas y la crítica sesuda de Pardo ó la evidente habilidad planificadora de Vargas. Los candidatos que dirimieron la segunda vuelta no hicieron algo por desbaratar el sofisma de la necesidad Permanente, Insustituible e Indiscutible de la seguridad como estrategia de gobierno para Colombia, simplemente porque ambos se proponían impulsarnos hacia la misma sima que hemos venido cavando desde que nos hicimos República: hacer de la política el escenario de una guerra empobrecedora.

*Magister en Ciencia Política, Economista, Investigador socio político independiente



Notas de pie de página
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[1] CONGOTE, Bernardo, 2004, "Anatomía religiosa de la guerra. De qué manera una red de valores inoculada desde la Colombia temprana, constituye también un dispositivo de la violencia política". Tesis de Maestría, Universidad de los Andes, Departamento de Ciencia Política, Bogotá (Inédita). 2006, "La ética católica y el espíritu de la guerra en Colombia", Ponencia XII Congreso de Latinoamericanistas españoles, Santander, España, Septiembre 2006, www.halshs.archives-ouvertes.fr/REDIAL
[2] BUSHNELL, David, 2000, "Colombia una nación a pesar de sí misma", Planeta, Bogotá. CORREA, Fernando, 1996, "Republicanismo y reforma constitucional.1891-1910", Editorial U. de Antioquia, Medellín, 1ª. Edición. KALMANOVITZ, Salomón, 2010, "Las cuentas nacionales de Colombia durante el siglo XIX" (Conferencia sobre libro en preparación, CEDE, Uniandes, 2010-04-06).
[3] Para tener una dimensión del estropicio colombiano, la Primera Guerra Mundial cobró aproximadamente 10 millones de muertos afectando proporcionalmente al 3,6% de la población que tenían en 1915 las cuatro potencias (Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania).
[4] SÁNCHEZ, et.al., 2000, "Bandoleros, gamonales y campesinos", Ed. Ancora, Bogotá, 6ª reimpresión.
[5] "Paramilitares ultraderechistas colombianos admiten haber participado en al menos 35 mil homicidios", www.voltairenet.org, Mayo 14 2010, consulta de Mayo 19 2010.
[6] CONGOTE, Bernardo, 2009, "Carta de Mancuso a Uribe. Paramilitarismo y ‘seguridad democrática' en Colombia", Le Monde diplomatique, Edición Colombia, No. 81, www.eldiplo.info
[7] WILCHES, Jaime, 2010, "¿Y el discurso PARA... qué?", Razón pública, 2010-05-24, www.razonpublica.org
[8] KALDOR, Mary, 2001, "Las nuevas guerras", Editorial Tusquets, Barcelona, 1ª. Edición. SCHMITT, 1966, "Teoría del partisano", Instituto de Estudios Políticos, Madrid. LICKLIDER, Roy, 1993, "The consequences of negotiated settlements in civil wars, 1945-1993", American Political Science Review 89 (3), Sept. 1995: 681-690. WALTER, Barbara, 1997, "The critical barrier to civil war settlement", International Organization 51 (3):335-364.
[9] CONGOTE Cit. (2004) (2006).
[10] URIBE, Álvaro, 2002, Programa de los Cien Puntos. "Punto 26. Colombia sin guerrilla y sin paramilitares. La autoridad legítima del Estado protege a los ciudadanos y disuade a los violentos. Es la garantía de la seguridad ciudadana durante el conflicto y después de alcanzar la paz... 30 El Presidente dirigirá el orden público como corresponde en una sociedad democrática en la cual la fuerza pública respeta a los gobernantes de elección popular... Nota 2. Conserve este manifiesto. Si ganamos la Presidencia haga que lo cumplamos". (Fuente: www.presidencia.gov.co).
[11] GALAN, Francisco, 2010, ""Punto de partida para construir una oferta posible de solución a la guerra de guerrillas en Colombia", en "Colombia: Escenarios posibles de guerra y paz", Ed. Universidad Nacional /UNIJUS, Bogotá, 1ª Edición, Pg. 185.
[12] Añadiéndole a lo anterior que el desmonte del paramilitarismo habría hecho metástasis hacia un profundo desbarajuste del Poder Legislativo marcado por la parapolítica.
[13] Es probable que el gobernador de Antioquia Álvaro Uribe tuviera suficiente información al respecto.
[14] Constitución Política de Colombia, Artículo 2.
[15] SCHULTZE-KRAFT, Markus, 2010, "La estrategia de resolución integral del conflicto armado y la construcción democrática del poder y del orden en Colombia", en "Colombia: Escenarios posibles de guerra o paz", Editorial Universidad Nacional/UNIJUS, Bogotá, 1ª Edición, Pg, 293-298.
[16] GARCÍA, Mauricio, 2010, "Colombia: conflicto armado, procesos de negociación y retos de paz", en"Colombia: Escenarios posibles de guerra y paz", Ed. UN/UNIJUS, Bogotá, Pp.: 254,255
[17] El adverbio aproximadamente se explica porque la fuente muestra sobre este ítem gráficos y no tablas seriadas.
18] SCHULTZE-KRAFT, Cit.:291.
[19] GARCÍA, Cit.: 256.
[20] NIETZSCHE, Friedrich, 1993, "Humano, demasiado humano", Ed. ME EDITORES SL, España, Pgs.169, 170. Nota entre paréntesis del autor de este artículo.
[21] CONGOTE, Bernardo, 2010 "Legalidad, costos de transacción y desarrollo", en Razón Pública, Edición de Mayo 4 2010, www.razonpublica.org